TRANSPARENCIAS

Más evidente que nunca. Contorsiones de la voz y antojos vocales.

lunes, 31 de enero de 2011

Masa marina



Le prometí a D. que volvería a escribir, pero no sé cómo hacerlo si no encuentro un ritmo. No sé por qué recordé cuando le dije a alguien: "escribes como si lloraras", como si en la escritura se pudiera palpar eso que conocemos como respiración, que conocemos como un ahogo o que reconocemos como un hondo vacío sin más.
El otro día estuve mirando fijamente la cordillera. Me pareció ver cómo ascendía desde el otro lado una masa de agua en cámara lenta. Recordé un dibujo que quería hacer y que finalmente no lo hice. El dibujo era una cascada por la que caían cosas, cachureos, la mano parecida a un santito que PLT me regaló en México, collares, cangrejos, joyas, etc.
Pensé en todas esas figuras que veo cuando la mente se me queda en blanco buscando ese ritmo que quiero encontrar para escribir otra vez. Pensé en contárselo a D. pero ya no lo hice.

martes, 4 de enero de 2011

Semilluvia



Ayer llegué a casa y había un rumor de lluvia. No prendí ni un artefacto electrónico y en cambio saqué mi diario de vida y comencé a escribir. Escribí y escribí. Partí con una reflexión sobre la amistad. Afuera el cielo estaba azul. Luego pasamos al amor, corría un viento fuertísimo. Escribí sobre alguien del que no diré su nombre. Las palabras lo embellecían todo. Las palabras hablaban de agua: en caída, detenida, congelada, en transparencia u oscuridad. Escribí y la letra salía clara, acuosa. Utilicé palabras como: cascada y cloaca.
Hoy por la mañana hablo con Héctor en nuestra sagrada conversación matutina por el chat. Le digo: ayer llegué a mi casa y escribí en mi diario y me di cuenta de una cosa: me enamoro de los hombres cuando escribo sobre ellos. Es decir, le explico: amor = ficción/ amor = discurso amoroso. Me encantaste, me dice él.
Ayer, además de escribir, releí lo último que había escrito en mi diario, supongo un ejercicio común en los que escribimos "para la constancia, para la permanencia" y decía algo como esto: aún estoy sola, en el mismo estúpido punto en el que una escritora cree que necesita a alguien para ser feliz, si todo lo que representa la felicidad está en la escritura. Por dios. Por dios. Y ni siquiera sé por qué nombro a dios, quizás es porque es un rumor latente, extraño. Igual al amor.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Espejo




Cuando cantaba daba vueltas el tiempo, se hacía terso, gris, complejo, acuoso, rojizo, arrebolado, prieto, estirado, pulcro bello, estruendoso, salino, campo niebla adentro, rugía la madera, acompasaba la sangre, la saliva, el oro terco de su voz.
Cuando cantaba la primavera y los trastos rotos de la aurora.
Cuando cantaba hervía la sangre, se derretía la letra, el camino de los hombres, la guerra el hambre, las estatuas contenidas duras tremendas, pura piel, puro nervio, puro deseo.
Cuando cantaba amanecía el mundo: se acababa la noche, comenzaba lo llano, estrepitoso, bolas de nieve, montañas de luz.
Cuando cantaba se cumplían años, se torcía el destino, se esperaba un derrumbe, erraban los aviones, caía la sed.

jueves, 7 de octubre de 2010

Movimiento




En México nunca parábamos de bailar. Se caían los árboles, empezaba el otoño, se tensionaban los textos, ardían las pocas cosas que compartíamos. Siempre nos mirábamos de frente, fruncía la boca, mordía un mechón de pelo, aclaraba la voz. Pero el baile persistía. El baile, la luz de las calles, farolas prendidas, la muerte, el polvo de los camarotes. El velo, su prisa, las pataletas de ambos; el estrépito de su paso entre los hombres, la silueta de su canto. Bullentes y averiados, clamaban las cintas, las aves, y así y así.

martes, 5 de octubre de 2010

Un estado mexicano / un estado de amor



Estoy pensando que hace un año atrás un día como hoy recibí, recién impreso, mi libro "La perla suelta". Luego Pablo Paredes pasó por mi casa a las 2 am y nos fuimos al Aeropuerto a tomar el avión hacia México. Nos llevaron mis papás en auto. La ciudad de Santiago de Chile estaba fría y las luces pasaban por la vereda, las luces, conversaciones, las luces. Tengo un recuerdo muy nítido del cruce de la Alameda con la calle General Velásquez. Así como también siento aún ese frío o mucho antes en mi casa una de las últimas conversaciones con Felipe, una botella de champán, mi mano tratando de llegar a su mano, la partida rotunda.
El aeropuerto estaba vacío. Al rato llegó Diego Ramírez y así fue como nos volvimos inseparables. Los poetas tenemos ese no sé qué de cabros huachos buscando amor. Nos amamos y organizamos de inmediato. Pablo fue nuestro representante. Diego la ternura. Yo ¿qué fui yo? Aún no lo sé. Nos subimos al avión. Compartimos secretos en el aire, tantos secretos. Hablamos durante horas. Las azafatas nos preguntaban si éramos estrellas de rock. Nosotros reíamos y seguíamos hablando como si nunca nos hubiésemos hablado, como si no fuéramos a hablar nunca más.
Cuando llegamos a México, comenzó el estado de amor. Nos esperaban ahí chicos de la comitiva, Jocelyn Pantoja nos llevó en su auto: el DF se abrió gigante. Llegamos a la casa de Héctor. Lloré cuando lo vi abrir la puerta. Nos abrazamos, me mostró su cuarto, su biblioteca y los libros, la terraza, todo era tan hermoso. Yaxkin y los chicos conversaban en el living, nadie podía creer que todo estaba recién comenzando. Parecía literatura que en un mismo lugar estuviéramos con María Eugenia López, Roxana Crisólogo, Javier Norambuena, Benjamín Morales, tantos más, tantos que llegarían, que ya se escuchaban venir. Y quedaban dos semanas. Dos semanas aún.
Un atardecer en ciudad de México puede cambiar el curso de los acontecimientos, lo mismo una noche, o una madrugada en la que comienza una lluvia furiosa y dos personas corren a esconderse a una ducha en una hostal, mientras el día anterior otras dos personas se miraban de reojos en el único ascensor de la misma hostal de la ducha y se despedían mordiéndose la boca en el pasillo. Un pasillo a oscuras en el que se prendía y apagaba la luz según las presencias, según pasara alguien por ahí. Nada puede seguir igual, nada. Menos con esa bullanga preciosa en cada rincón del DF: tanto era el ruido que cuando regresé a Santiago de Chile no soportaba el silencio.
Nada puede seguir igual después de todas esas fiestas, del arrebato de las calles del Zócalo, de Héctor diciendo: una vez aquí, te das cuenta de que puedes vivir en cualquier lugar, de Pablo L. recitando sus poemas de flores y luego posando para unas fotos con Daniel S. frente a una Iglesia, el vestido celeste de Karen Plata, la cabellera preciosa de Mara, los ojos de Alex Piperno, el perfil de Horacio, la risa de Norys, Euge preciosa recibiendo un ramo de rosas en una disco al amanecer, el silencio cálidamente majestuoso de Ben Clark, los abrazos de Benji, una dedicatoria de Kin, las conversaciones por las calles, el carrito que nos llevó a Pablo P. y Diego hacia la Condesa...
Imágenes, textos, tensiones, distorsiones. Aunque hubiera una sola voz que cuando hablaba o cantaba lo enmudecía todo. Incluso a las bocinas de los autos, el rumor de la próxima fiesta de la muerte. Incluso al llorar frente al Museo. Incluso cuando nos despedimos esa madrugada y me dijo: pronto nos veremos. Incluso esas palabras, su silueta en esa calle, el corte de su traje que durante los últimos días abracé tanto; incluso todo lo que vino después.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Decisión




Esta primavera no me voy a deprimir. Crearé un estado de amor.

domingo, 22 de agosto de 2010

Borrar/ botar




Participo del crepúsculo desde mi auto. Es viernes. Es más tarde que de costumbre y aún no ha oscurecido. Recuerdo los atardeceres desde mi pieza en la vieja casa en La Florida, me parece palpar la austeridad de mi dormitorio, el escritorio limpio frente a la ventana, el alumbrado eléctrico bajo, típico de las villas emplazadas en los años setenta, lejos del centro de la ciudad. Mi escritorio, los cuadernos escritos con lápiz grafito, la letra redonda y limpia. Mi escritorio, un libro de Huidobro, mis supuestas novelas en cuadernos distintos. Mi escritorio, las lecturas de mis textos, la goma de borrar. Corregía todo el tiempo. Corregía en el papel. Años más tarde todo eso desapareció en la basura cuando m leyó mi diario de vida y se vio y me vio y nos vio en la página manuscrita que funcionó como espejo. Una noche de verano terminaron en la basura papeles, diarios, cuadernos, libros de poemas. Todo lo que había escrito en mi vida desapareció. Desde esa vez acostumbro a botar. A borrar. A corregir. A quemar.

El clima cambia lentamente, pasan los días, pasa todo encima mío. Miro por la ventana, hay sol, hay edificios, más atrás está la Cordillera de los Andes. Participo del crepúsculo cada vez que puedo. Esta semana he botado cosas. He guardado, he borrado, he dejado para más tarde. Después de mucho tiempo me siento libre, aunque no sé si me guste esta libertad. Repaso situaciones, conversaciones, episodios: me parece estar viendo una película que no tiene fin. Me parece que esa película me gustó tanto en un tiempo y ahora me resulta ajena. Me confunde. Como si hubiera perdido el hilo o como si no tuvieran relación los hechos que se suceden una y otra vez.

Limpio borro boto, paso de largo sin detenerme. Debe ser la sepia que he vuelto a tomar por las noches, esa tinta de pulpo que me despeja la vista, que me hace ver con determinación. Debe ser la sepia, que aclara lo brumoso y desarticula los obstáculos, que nunca existieron, lo que pasaba era que no veía en lo absoluto.