Más evidente que nunca. Contorsiones de la voz y antojos vocales.

domingo, 3 de enero de 2010

El limbo



El último día del año, tengo un sueño: río mucho. Río tanto que me ahogo. Despierto con risa aún, pero me resulta macabro. Tengo tres conversaciones importantes durante el día. No como. Tomo té y por comer algo sólido, unas galletas. Lloro. Duermo. Me aturdo de tanto pensar. No veo televisión, ni escucho radio. Hay mucho silencio. Apago el computador, me desconecto. Pienso mucho, pienso en países, en partidas, en viajes, en quedarse y cambiar; todo es movimiento.

Viajo al campo con Jona, Héctor, Manuel y Yaxkin. Escuchamos música en el auto, arrancamos del calor de Santiago. En la parcela de mi padre hay sol, pero es más fresco. Nos tendemos al lado de la piscina. Caminamos hacia la laguna, reímos mucho. Vemos libélulas, bichos de todo tipo. Hay patos. Me gusta este comienzo de año. Nos siguen unos perros. Por la noche, conversamos y bebemos vino, todo muy tranquilo. En un momento, Héctor me regala su libro. A pesar de que lo he visto ya, me emociono mucho. Hay luna llena, gigante, enorme. Miro la dedicatoria, me transporto a todas las dedicatorias de todos sus libros que he leído y que él me ha regalado. Su letra, lo que dice, lo que ha dicho. Pienso: tanta literatura, tanta vida y eso que recién llevamos diez años...

El puerto de San Antonio está bravo. Vamos de paseo, han instalado un gran mall, es horrible, pues tapa el puerto y lo encierra. Sin embargo aún me gusta, es marginal, huele a mariscos, hay lobos de mar casi al alcance de la mano; es ridículo que haya un mall tan cerca. Nos metemos por callejones hacia el muelle, vemos gatos royendo sobras de pescados, gatos gordos y toscos. El cielo está rojo, no hablamos casi. Río mucho con Héctor, me gusta estar con él. Pienso: Héctor siempre se mueve ¿nunca parará? Quizás sea hora de comenzar a imitar al hermano mayor.

Regresamos a Santiago al mediodía. Por la tarde vamos a la Biblioteca de Santiago con Héctor, Yaxkin y Manuel. Ya no hablamos, es lindo ese silencio. Saco tres libros. Una vez en casa, comienzo a leer "Rojo y Negro" de Stendhal; me lo recomienda mi querido Pablo y lo hago para estar más cerca suyo. Pienso: Hace bien regresar a los clásicos. Descubro un nuevo rincón en mi hogar, donde llega una luz perfecta para leer. Decido reacomodar todo, que no quede ni un lugar como antes.

Estos primeros días del año recibo música: Marais, nunca lo había escuchado, es hermoso. Recibo un cuadro de James Ensor, que nunca había visto. Recibo su voz y su imagen preciosa. Recibo invierno en este verano devastador. Recuerdo el inicio de un poema escrito para mí en un bar en México: "Nievas, se retiran, los animales...". Pienso: qué bello es recibir. Y dar mientras se recibe.

7 comentarios:

  1. Maldito Pablo, siempre recomendando los mismos libros que yo...

    Iluminado este post. Se pasó. Qué agrado la intimidad de este blog.

    Abrazos,

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  2. No, qué va, si son afectos encubiertos, e imposibles, también, como decía él de Pokita Fe en una entrevista. Pero afectos, ciertamente que afectos.

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  3. Con permiso -bueno, sin permiso-, me he colado por aquí y me ha gustado esta tranquilidad.

    (Y creo que volveré a colarme para respirar aire fresco)

    Un saludo
    Rubén

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  4. Maori, lamento decirte que hay un alcance de nombre... ¡hablo de otro Pablo!
    :)

    Rubén, bienvenido! Espero tener siempre aire fresco.

    Cariños

    Paula.

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  5. Oh, entonces hay otro Pablo en el universo... maldeciría si no me lo hubieras prohibido.

    Cariños.

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